Los hijos en el matrimonio
La llegada de un hijo inevitablemente modifica la relación preexistente entre el hombre y la mujer. De pareja conyugal, o fundada en una relación, se pasa a pareja progenitora, con progenie, esto supone un aumento de la responsabilidad, del compromiso y un cambio significativo de horizontes distintos a los iniciales. Los hijos en el matrimonio suponen inevitablemente un punto de inflexión y una nueva concepción de la vida.
¿Qué transformaciones sufre la pareja?
Analizar todas las tranformaciones que sufre la pareja es árduo difícil, además, éstas irán en función de los diversos factores de cada una (cuánto era deseado el hijo, cómo funcionaba la pareja antes de la llegada del hijo, etc.). Cada familia debe ser consciente de la nueva situación que ha pasado de ser una relación dual a introducir una tercera persona que, además, depende física y psíquicamente de ella, por lo que pasará a ocupar el primer plano en la organización familiar. Una cosa es fantasear con una deseada paternidad y otra distinta llegar a ella y encontrar el tiempo y el espacio suficiente para cada miembro de la pareja, la relación y para el bebé, que absorbe muchísimo tiempo y energía; es frecuente que llegue la noche y solo se tengan ganas de dormir.
¿Cómo afecta la llegada del bebé a cada miembro de la pareja?
Los hijos en el matrimonio aunque afectan a ambos miembros de la pareja no lo hacen de igual forma. Cuando el hijo es todavía un bebé la madre se ve afectada por la llamada preocupación materna primaria. Está instintivamente ocupada en atender solícitamente a su hijo, se encuentra en simbiosis con él, en una dependencia recíproca que alarga de alguna manera el estado del embarazo.
En este periodo las atenciones son en su mayoría para el recién nacido, por lo que el compañero debe conseguir aceptar y comprender la nueva situación para, posteriormente y despacio, volver a recuperar su lugar en el equilibrio familiar. El nuevo papá tampoco lo tiene fácil, ya que debe ofrecer una buena dosis de comprensión, paciencia y capacidad de ayuda; sin embargo, su función, con el paso del tiempo, será precisamente la de favorecer la separación entre la madre y el hijo.
En todo este tiempo el cuerpo de la madre ha estado, y está, dedicado a la pequeña criatura, por lo que es diferente al cuerpo sexual que su pareja conocía y deseaba. Normalmente se tardan algunos meses en recuperar la sexualidad después del parto, eso siempre que el ginecólogo nos haya «dado el alta». Los maridos suele ser quienes más sufre en esta situación y se sienten desplazados, deseando reconquistar para ellos a su compañera, esto se puede conseguir haciéndola sentir atractiva y deseada.
La identidad de roles de mujer/hombre y esposa/esposo se revisten con el hábito de mamá/papá, este proceso no siempre es rápido ni armonioso. Los hábitos de vida se adecúan a las necesidades de los hijos, y deben conciliarse con las de la pareja que además ahora tendrá que tener proyectos de vida distintos a los iniciales y nuevas inquietudes y preocupaciones que atañen a la educación de sus hijos.
Más cambios
Pero los hijos en el matrimonio no suponen la única intromisión en el equilibrio inicial, pues estos también dan lugar a la aparición de una nueva figura, el abuelo. Un factor ulterior de cambio deriva de la relación con los propios padres y con los padres de la pareja, que ahora desempeñan el papel de abuelos: por una parte la experiencia de la maternidad y la paternidad lleva consigo el identificarse o confrontarse con las propias experiencias como padres con sus patrones de conducta, además los nuevos abuelos asumen a su vez nuevos roles y participan e en la vida familiar influyendo inevitablemente en la relación de pareja.
Tiempo para la pareja
Una vez superado el primer periodo de asientamiento, de duración variable en cada pareja, se hace indispensable para el bienestar familiar que marido y mujer encuentren una compenetración entre ellos, así como espacios exclusivos para reavivar la relación, esto también beneficia a hijos. Los niños tienen la necesidad de percibir a los adultos como personas estables que saben diferenciar sus propios espacios. El niño ha de sentir que no es un tirano que obtiene todas las atenciones y las energías, sino que sus padres saben acogerlo y «contenerlo», preservando de esta manera su tiempo individual. Éste es el modelo idóneo de un matrimonio que se quiere y se respeta.
Aunque sea casi una misión imposible entre las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas, es importante que un objetivo primordial de la pareja sea el de cultivar y cuidar su relación, redescubrir en el cónyuge nuevos puntos creativos y amorosos, volver a divertirse juntos recurriendo de vez en cuando a «la niñera» o los permisos laborales para estar juntos, y esto no solo por ellos sino por los propios hijos, que tienen la necesidad de sentir que sus padres se aman y son felices como pareja.